ARTICULO DE OPINION: La honestidad en el periodismo....


Tony Perez.

Una de las modas de estos tiempos es la “canonización” de periodistas por parte de gente que se arroga ese derecho más por amor a la exclusión y a sus clanes que a la cualificación del ejercicio profesional.


Y la primera víctima ha sido la sociedad, en tanto, sin notarlo siquiera, pierde la oportunidad de apropiarse de información veraz y oportuna al ser presa de la gran mentira de un maniqueísmo rancio que pone de un lado a los genios y santo barones de la honestidad y la calidad periodística, y del otro, la basura.
"Porque, si de periodismo se trata, hay honestos en el Gobierno, y honestos en la oposición. Corruptos en el Gobierno, y corruptos en la oposición. Como abundan honestos y corruptos en los medios de comunicación y otras empresas privadas. Nadie es más ni menos porque labore en un lugar u otro." 
Conforme los criterios de estas castas, para ejercer como periodista representante de Dios en esta hermosa tierra, se requiere: comulgar incondicionalmente con ellos; tapar sus travesuras, celebrar sus “aportes heroicos”, corear sus desvaríos, ser sus áulicos, defenderlos con uñas y dientes aunque merezcan la horca; gritar al mundo que son prototipos de la seriedad; aupar sus choques con la ética… Las prendas de la honestidad y la transparencia son de su exclusividad, y las prestan –temporalmente– solo a quienes se integran a sus círculos.
Nada más dañino.
La cosecha inmediata de tal sinrazón ha sido el ahondamiento de la guerra entre estos profesionales. Una guerra fratricida que solo oculta la realidad mientras pone en primer plano la chismografía y las personalizaciones en desmedro del derecho a informarse que tiene el ciudadano. 
Nada bueno le espera a la sociedad si se mantiene ese panorama tintado con descalificaciones venenosas contra unos y loas a granel a favor de otros.

Porque, si de periodismo se trata, hay honestos en el Gobierno, y honestos en la oposición. Corruptos en el Gobierno, y corruptos en la oposición. Como abundan honestos y corruptos en los medios de comunicación y otras empresas privadas. Nadie es más ni menos porque labore en un lugar u otro. Cada quien elige su ruta en la vida, y cada quien tiene su historia.

Un periodista no es más o menos honesto por los altos decibeles de sus gritos, ni por el menosprecio a los otros. Tampoco porque se ufane de su seriedad en una sociedad que vive de la inmediatez, de espaldas al contexto y a los antecedentes. Mucho menos porque pertenezca a una generación o a otra; los de antes no eran mejores ni peores que los de ahora. No se es necesariamente honesto por los aplausos momentáneos que genera su apelación sistemática a la ignorancia casi extrema del pueblo. Ni por la arrogancia, ni por los resentimientos, porque el periodismo no se hizo para el despecho ni para la venganza. Nadie nos ha dado ese derecho.

Un periodista comienza a darse cuenta de que anda camino a la honestidad, cuando la justeza le acompaña. Cuando maneja con seguridad los dilemas éticos. Cuando investiga y no acomoda lo investigado para chantajear o hundir al otro. Cuando reconoce razones sin temor. Cuando controla la tentación del oportunismo y del uso abusivo de los medios en sus manos. Cuando se pone en el lugar del otro; cuando se mira al espejo y se asume como humano. 

Una persona no puede ser excelente cuando conviene, y lodo cloacal, si anda por la acera del frente. Un político o empresario no puede ser estrella de la honradez y la inteligencia, o inmundicia insoportable, sólo porque lo decida y lo cantaletee un periodista. Un empresario no puede ser santo para la devoción (aunque sea el magnate de la evasión) o el mismísimo “diablo a caballo” solo porque le dé la gana a un periodista auto-considerado superior al bien y al mal. 

Si la capacidad de análisis de la población trascendiera el día a día, no se vieran los disfrazados de honestos. No se vieran esas personas que ayer le gritaban “asesinos” a los gringos y hoy se bañan en dólares gringos. No se vieran quienes ayer, a través de los medios, cada minuto, le gritaban “asesino” a Balaguer, y en la noche asistían a su despacho –o al despacho de los Bello– a rogar un apartamento. No se vieran los periodistas que en los medios critican a los narcos, pero los asesoran y viven de ellos. No se vieran periodistas que trabajan para empresarios y políticos corruptos, pero se presentan como serios. Mucho menos, inversiones publicitarias multimillonarias que garantizan ocultamientos y, al mismo tiempo, chantajes a la competencia. 

La honestidad es una construcción permanente. Cada segundo de ejercicio periodístico representa una prueba. Mas hay muchos beatificados del periodismo que están lejos de ese proceso; su cola alcanza para recorrer el mundo. Y sobra cola. Pero, hasta ahora, tienen suerte: están protegidos por la bruma de la fama y el pueblo les aplaude.
fuente:7 dias.com
Por Tony Perez.

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